Cada proyecto, ya sea un piso vacío que necesita vida para venderse, o un local comercial que debe contar una historia en segundos, empieza siempre con lo mismo: escuchar.
En Homing, no creo en soluciones estándar. Creo en observar, preguntar, entender lo que el espacio necesita y también lo que las personas que lo habitan —o lo van a habitar— esperan de él.
¿Cómo empiezo a trabajar?
Lo primero que hago es conocer el espacio tal como es. Puede ser una visita presencial o a través de fotos y planos. Me interesa entender:
¿Qué queremos conseguir?
¿Quién usará este espacio y con qué objetivo?
¿Qué sensaciones queremos provocar en quien lo visite?
¿Qué puntos fuertes tiene y qué barreras debemos suavizar?
¿Qué presupuesto hay disponible para la transformación?
En este primer contacto también pregunto por tiempos, necesidades reales, y el estilo de vida o tipo de cliente al que va dirigido. Todo esto me ayuda a diseñar con propósito, sin improvisar.
A partir de ahí, trabajo en una propuesta que sea estética, sí, pero sobre todo coherente y estratégica: que conecte con quien entra, que resuelva necesidades, que transmita valor.
No empiezo nunca por los muebles ni los colores. Empiezo por la sensación:
¿Qué quiero que se sienta al entrar aquí?
¿Qué necesita este lugar para convertirse en algo memorable?
Trabajo desde la intención. Todo lo que ves tiene un porqué. La luz, el orden, el vacío, el detalle. Y aunque a veces parece sencillo, detrás hay decisiones conscientes y un equilibrio muy pensado entre estética y funcionalidad.
Me gusta acompañar el proceso. Escuchar tus ideas, calmar tus dudas, ayudarte a ver posibilidades donde solo hay planos o paredes en blanco.
Porque el diseño, para mí, no es solo transformar un espacio.
Es crear una experiencia.
Así es como trabajo. Así es como nace cada proyecto, desde el interior de Homing.